La Inteligencia Emocional

La Inteligencia Emocional

Qué es y cómo desarrollarla:

Desde hace tiempo el término inteligencia emocional está en auge. Cada vez se escucha más y tiene más relevancia, a menudo más que lo que entendemos habitualmente por inteligencia (la clase de motor que tenemos por cerebro y la cantidad de información que pueda manejar y cómo). Como psicólogos hay veces que vemos que no todos los que emplean el constructo entienden realmente las implicaciones de la inteligencia emocional.

¿Qué es la inteligencia emocional?

Se refiere a la capacidad de procesar la información emocional. En términos concretos implica varios pasos:

Esto ocurre en dos niveles:

  • A nivel intrapersonal, es decir, dentro de uno mismo – reconocer, etiquetar y gestionar las emociones
  • A nivel interpersonal (entre personas), el mismo proceso llevado a cabo con las emocionesde otras personas.
¿Para qué sirve la inteligencia emocional?

Los beneficios de la inteligencia emocional son muchos, entre ellos:

  • Si tenemos consciencia y entendemos nuestras propias emociones tendremos más claridad y mayor consonancia entre razón-corazón, y por ello, nos ahorramos la confusión y frustración con respecto a nosotros mismos.
  • El entendimiento de las emociones facilita el manejo de las mismas, y así, un mayor control sobre nuestra vida emocional. Por ello, nos protege del estrés, reduce ansiedad y riesgo de depresión, o en el caso de caer en depresión puede ayudar a superarla.
  • De la misma manera, la inteligencia emocional nos ayuda a entender y empatizar con otros, permitiéndonos gestionar emociones ajenas, pero también, a tener más paciencia y tolerancia con los demás en diversos contextos como el familiar, laboral o social.
  • La inteligencia emocional favorece las relaciones interpersonales saludables y nos enriquece a nivel de desarrollo personal.
  • La toma de decisiones mejora cuanta más inteligencia emocional posea una persona, al contar con mayor cantidad de información respecto a uno mismo y otros. De ahí, también otorga capacidad de influencia y liderazgo.
  • El equilibrio emocional ayuda a dormir bien.

En pocas palabras se puede decir que la inteligencia emocional permite vivir en mayor paz y armonía. ¿Quién se apunta?

¿Cómo desarrollar la inteligencia emocional?

Como hemos visto antes, la inteligencia emocional de una persona embarca tanto a uno mismo (intrapersonal) como los demás (interpersonal). Por lo tanto, estas dos dimensiones cruzadas con los sentimientos y el comportamiento propio y ajeno resultan en las siguientes habilidades:

Las habilidades son capacidades que se puedan desarrollar, y por tanto mejorar la inteligencia emocional.

La autoconsciencia implica observar y prestar atención a uno mismo, en este caso para detectar las emociones que experimentamos. A veces, curiosamente, pasa desapercibido lo que realmente estamos sintiendo. Puede pasar por varias razones, por ejemplo, porque estamos más centrados en lo que ocurre fuera de nosotros, o por racionalizar la emoción diciéndonos que no es para tanto, que la emoción no corresponde al escenario. No obstante, si en vez de minimizar o poner en juicio lo que estamos sintiendo, permitimos y aceptamos esa emoción, podemos tener más consciencia sobre nosotros mismos.

Una manera de detectar emociones es escuchando al cuerpo. Las emociones en la mayoría de los casos inician una respuesta fisiológica, es decir, tiene manifestaciones corporales. Estas son más tangibles y por tanto más fáciles para identificar. De esta manera, y para ejemplificar, la ansiedad puede dar lugar a respiración corta, palpitaciones, rubor y sudoración, presión en el pecho o en el estómago, tensión muscular y temblores. Habiendo una reacción en nuestro cuerpo podemos retroceder y preguntarnos que hemos sentido para que se desencadenara dicha reacción.

Una vez identificada la emoción podemos dar otro paso para atrás, ¿qué hemos pensado que dio lugar a la emoción?nuestra interpretación, entendimiento o percepción de lo que ha ocurrido. La cadena es: un pensamiento da lugar a una emoción que da lugar a la respuesta fisiológica y resulta últimamente en un comportamiento en consonancia con los eventos anteriores. Sabiendo cuál ha sido nuestra percepción a nivel cognitivo (pensamiento) podemos entender y poner una etiqueta. Por tanto, podemos desarrollar los dos primeros pasos de la inteligencia emocional (identificación y comprensión de las mismas) a través de estos ejercicios descritos.

Otro ejercicio podría ser dedicar un ratito diario a recopilar las emociones que hemos vivido a lo largo del día en un diario emocional. Esto también permite revisar nuestro estado emocional actual ya que la acumulación de emociones da lugar a cómo estamos, y no siempre una sola emoción. Asimismo, la relajación o lo meditación pueden favorecer el estar en contacto con nosotros mismos al parar un momento.

El autocontrol conlleva el control de los pensamientos y los comportamientos. Anteriormente hemos descrito cómo llegar a nuestra percepción. Desde ahí podemos trabajar esos pensamientos. A menudo nos afirmamos en una creencia y la tratamos como una verdad. No obstante, cada escenario puede ser entendido de muchas maneras. Por ejemplo, si alguien dice algo y entendemos que nos está ofendiendo, lo lógico es que reaccionemos ante dicha ofensa. Sin embargo, si podemos buscar diferentes formas de interpretar la reacción de esa persona, por ejemplo: esa persona tiene un mal día o su manera de hablar es diferente a la mía, nuestro impulso a responder y reaccionar se verá disminuida. De esta manera podemos controlar nuestro comportamiento. Por otro lado, podemos elegir cómo manejar las cosas, y si realmente nos está ofendiendo una persona, igualmente podemos elegir si entrar en el juego o detenernos, alejarnos o emplear la asertividad (decir lo que pensamos respetándonos a nosotros mismos y al otro).

Si tienes interés en aprender cómo mejorar tu empatía, recomendamos el siguiente artículo en el que se describe detalladamente cómo desarrollarla. https://www.alaepsicologos.com/la-empatia/

Las habilidades sociales son un conjunto de conductas que nos permiten interactuar con otros de una forma eficaz y satisfactoria.

Algunos ejemplos de habilidades sociales básicas son:

  • Saludar/presentarse
  • Iniciar una conversación
  • Hacer preguntas
  • Dar las gracias.

Entre las habilidades sociales complejas entran:

  • La empatía
  • La asertividad
  • Pedir ayuda
  • Negociar soluciones ante un problema
  • La capacidad de convencer (lo cual no implica manipular).

A través del desarrollo de las habilidades sociales podemos influir sobre la conducta ajena y regularla. Asimismo, si somos agresivos en respuesta a una ofensa, es probable que la otra persona se vuelva más ofensiva todavía, mientras que la asertividad permite una forma de influenciar más positiva. Para mejorar nuestras habilidades sociales debemos empezar por las básicas que son necesarias para poder practicar las complejas. Dentro de poco iremos ampliando el tema de las habilidades sociales en otra entrada de blog, cómo mejorarlas ya que se trata de una habilidad que pueda mejorar nuestro bienestar general de forma importante.

Profecías

Profecías

Cuidado con tus profecías, se pueden cumplir

Todos hemos escuchado de forma repetida a personas diciendo “lo sabía”, y por supuesto lo hemos dicho nosotros también. Tener expectativas y elaborar hipótesis sobre lo que vendrá entra dentro de lo más habitual. Tenemos experiencias vitales con contextos, situaciones y personas, y el mejor predictor de futuras ocurrencias son las ocurrencias pasadas. Nos aporta una sensación de control sobre nuestra vida hacer predicciones, y a menudo son certeras y adaptativas. No obstante, no siempre es el caso.

Veámoslo con un cuento de Gabriel García Márquez:

Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora mayor que tiene un hijo de 19 años y le está sirviendo el desayuno con aire de preocupación. El hijo le pregunta qué le pasa y ella responde: “No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo”. El hijo que jugaba billar todos los lunes y hasta el momento nunca había perdido una apuesta, se va preocupado y pierde una carambola sencillísima. El otro jugador tan asombrado como los demás presentes, le pregunta qué le pasó si era una jugada tan fácil. Él contesta: “Es cierto, pero me he quedado preocupado por una cosa que me ha dicho mi madre esta mañana sobre algo grave que le va a suceder a este pueblo”. El chico se marcha, y los demás comentan que si Dámaso ha perdido por primera vez una partida, pudiera ser cierto, en efecto, que algo malo sucediese en el pueblo. La noticia empieza a regarse, y una señora observa, que no hay que burlarse de los presentimientos de las madres porque a veces resultan. Otro señor que la escucha y va a comprar carne, le dice al carnicero: “Venía por un kilo de carne, pero mejor deme dos, porque andan diciendo que algo grave va a sucederle a este pueblo y lo mejor es estar preparado”. El carnicero despacha el pedido y cuando entra otra clienta le sugiere: “Mejor lleve dos kilos, porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar y se están preparando y comprando comida”. Entonces la señora responde: “Tengo varios hijos, mejor deme cinco kilos”. Y en media hora se agota la carne y el carnicero mata otra vaca, y se sigue esparciendo el rumor.

Llega un momento en que todo el mundo en el pueblo espera que pase algo y se paralizen todas las actividades. Y la tensión crece y crece y todos están desesperados por irse, pero no tienen el valor para hacerlo. Hasta cuando uno levanta la voz y grita: “Pues yo sí me voy”. Y agarra sus muebles, sus hijos, sus animales y los mete en una carreta y atraviesa la calle central en donde todo el mundo lo ve. Y los demás exclaman: “Si éste se atreve, nosotros también…”, y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Y uno de los últimos que abandona el pueblo dice: “Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa”, y entonces la incendia y otros incendian también sus casas. Y todos huyen como en un éxodo de guerra y pánico y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, y le dice a su hijo que marcha a su lado: “Viste, mijo, que era cierto lo que te decía esta mañana que algo muy grave iba a suceder en este pueblo”.

Como pone de manifiesto el cuento, la madre del chico hace una predicción, en este caso sin fundamento, de lo contrario que se expuso en el inicio del artículo, que acabó siendo una profecía autocumplida. No obstante, incluso habiendo razones para esperar cierto resultado, no siempre acertamos. Ahora, el peligro está en que hay, igual que en el cuento, veces que algo que no debería haber ocurrido ocurre, sólo y únicamente por nuestras predicciones. ¿Y eso cómo es?

Construimos nuestra realidad

La mente es poderosa se dice, pero como psicólogos podemos afirmar lo certero que es dicho enunciado. Cada día en nuestra consulta de psicología vemos personas que sostienen ciertas creencias sobre su entorno, sobre otros y también sobre sí mismas. Por ejemplo, personas con baja autoestima consideran que no valen, que no son suficientemente buenos o que los demás son mejores o saben más. Su lenguaje interno repite con alta frecuencia “no puedo” y, por tanto, ni lo intentan. O si lo intentan lo harán desde la expectativa de no lograr lo propuesto, por lo que las dudas y los miedos entorpecen su ejecución. El resultado acaba siendo el predicho – no han podido, o el resultado ha sido pobre.

Sin embargo, si miramos desde lo más objetivo, y observamos las personas a nuestro alrededor, no hay razones por las que una persona no pueda lograr muchas cosas, como sacarse el carnet de conducir, o hacer ciertas gestiones. Una persona con baja autoestima puede incluso ser más capaz que el que tiene una alta autoestima. Por tanto, no es la capacidad la que determina el logro, sino nuestra visión y expectativas sobre nosotros mismos. Una persona con una buena autoestima cree que puede hacerlo y dirige sus actos hacia la consecución del objetivo, y lo logra, de lo contrario la persona con baja autoestima que no lo hace, lo va dejando, haciendo que parezca cada vez más difícil, aumentando su propia experiencia e idea sobre su incapacidad.

Resumiendo, nuestras creencias guían nuestro comportamiento, nuestro comportamiento produce eventos. Como se ve en el cuento, la gente del pueblo toma como certero algo que han escuchado y dirige su comportamiento en consonancia con lo que han escuchado y creído. De esa manera se ha cumplido la profecía, igual que la persona que sufre baja autoestima va cumpliendo con sus ideas y creencias. De ahí, os animamos a poner a prueba lo que pensáis, lo que creéis, lo que escucháis, antes de actuar como una verdad verdadera, haciendo que pase precisamente algo que quizá no queréis que pase. La mente es poderosa, pero la podemos guiar y aprovechar a nuestro favor.

La Empatía

La Empatía

La empatía – un acercamiento al otro

“No juzgues a nadie antes de haber vivido sus mismas circunstancias.”

                                            El Talmud

El término empatía fue introducido por el psicólogo Edward B. Titchener, de la palabra alemana einfühlung, “sentir dentro”. Empatizar implica pensar y vivir la vida interior del otro como si fuera la de uno mismo. Ser una persona empática resulta beneficioso en muchos sentidos, siendo algunos:

– La empatía facilita la conexión profunda con otros, creando relaciones cercanas y saludables. Además, las personas empáticas consolidan las relaciones profesionales y las personales, manteniendo las mismas a lo largo del tiempo.

– Mejora nuestra comunicación. Cuando los demás te perciben como una persona respetuosa, tiene un efecto positivo en los otros y, además, mejora la autoestima.

– Nos permite acceder a información importante respecto a la persona de enfrente, con lo cual podremos anticiparnos a algunos comportamientos o situaciones, evitarlos o adaptarnos para afrontarlos más eficazmente.

– Ayuda a ser más justos y objetivos, además de transmitir generosidad.

– Genera una mayor capacidad de amar, ya que, entender y sentir la perspectiva ajena, facilita la aceptación del otro, minimizando malentendidos, resentimiento y conflictos.

Tipos de empatía

La empatía implica tres procesos: el reconocimiento emocional, la integración emocional y la puesta en marcha de conductas correspondientes, que aparecen de forma lineal. Cada fase implica un tipo de empatía:  

Empezando por la empatía cognitiva que es la habilidad de comprender el estado mental de otra persona y, lo que pueda pensar en diferentes situaciones. Se relaciona con lo que los psicólogos se refieren a la teoría de la mente, pensar en lo que otros piensan, es decir, adoptar la perspectiva ajena. Es una habilidad especialmente útil en el ámbito organizacional o de la empresa ya que no hay necesariamente una implicación emocional. Asimismo, para adaptarse a una nueva cultura la empatía cognitiva favorece el proceso. Por ello, este tipo de empatía no encaja a la perfección con la definición de empatía como “sentir dentro”, siendo más racional y lógico. Daniel Coleman, autor de Inteligencia Emocional, señala el lado oscuro de la empatía cognitiva: algunas personas utilizan la empatía cognitiva para saber cómo producir el mayor daño a sus víctimas sin sentir simpatía por ellos.

La empatía emocional o afectiva es la capacidad de entender y sentir lo que la otra persona siente, captando la misma emoción. Es el primer tipo de empatía que sentimos, haciéndose evidente cuando un bebé responde a la sonrisa de su madre devolviéndole una sonrisa, o respondiendo con llanto ante el llanto de otro bebé. La empatía afectiva es esencial para personas que trabajan en profesiones orientadas a cuidados de otros, como médicos, enfermeros o, como no, psicólogos, para poder responder adecuadamente a las emociones experimentadas por el otro. No obstante, este tipo de empatía también es muy beneficiosa para responder al malestar de personas cercanas. La parte negativa es que las personas que tienen una empatía emocional muy desarrollada pueden llegar a una sobrecarga empática y, por ende, fatiga empática, incapacitando a la persona para responder a la emoción ajena. Estas personas necesitan trabajar la autorregulación y autocontrol para no verse afectados negativamente y disfrutar los beneficios de su capacidad empática.

Empatía compasiva o preocupación empática es poder sentir la emoción del otro y saber actuar para ayudar a la persona, siendo por ello un paso más en el proceso empático movilizando comportamientos altruistas o prosociales para aliviar el malestar ajeno.

Cómo desarrollar la empatía

Como hemos señalado en la introducción del presente artículo, la empatía trae consigo muchos beneficios, siempre que nuestra empatía nos embarque a nosotros mismos también. La empatía es una capacidad que podemos practicar y, por tanto, desarrollar. Se presentan muchas situaciones en nuestro día a día para poder practicarla.

Si volvemos al apartado anterior, los diferentes tipos de empatía que se relacionan con los tres procesos (reconocimiento emocional, integración emocional y puesta en marcha de las conductas correspondientes), podemos empezar con la empatía cognitiva: qué es lo que la persona está pensando en la situación que se ha presentado empleando la escucha activa, dejando nuestras creencias y juicios de lado. Podemos generar diferentes opciones por nuestra cuenta, o simplemente, haciendo preguntas indagando sobre cómo la persona está entendiendo los sucesos. Si entendemos su vivencia podemos pasar a preguntarnos cómo nos sentiríamos pensando lo mismo. De la misma manera podemos preguntar a la persona cómo se siente en sus circunstancias y conectar con cómo estamos nosotros mismos cuando sentimos las mismas emociones. Esto nos permite pasar al tercer paso, activamente hacer algo para que la persona se sienta mejor.

En los conflictos a menudo es cuando resulta más costoso practicar la empatía. Cuando estamos en desacuerdo frecuentemente intentamos que el otro entienda nuestro punto de vista, y ponemos menos energía en entender el suyo. Por ello, en vez de empeñarnos en transmitir nuestros puntos clave, rebatir los argumentos de la otra persona y que cambie en la dirección que deseamos, podemos centrarnos en exactamente qué piensa el otro y por qué lo piensa, cómo le hace sentir y, por tanto, actuar. Si logramos cambiar nuestro foco de esta manera podemos tener una conversación y negociación más provechosa para ambas partes, que facilita nuestro crecimiento individual y nuestras relaciones.

 “Antes de juzgar, busca la verdad; antes de lastimar, ponte en su lugar.”

En búsqueda de la Felicidad

En búsqueda de la Felicidad

Cómo vivir más positivamente

Las emociones vienen con diferentes funciones, que las hacen no sólo útiles, sino también necesarias, incluso las emociones negativas. La palabra emoción viene del latín movere – mover hacia fuera – las emociones son motores promoviendo acciones. Para ejemplificar: el miedo hace que evitemos situaciones que puedan suponer un peligro para nosotros; el asco puede protegernos de ingerir cosas que no nos convengan; y la ira nos sirve para regular el comportamiento ajeno. Obviamente, la cantidad de emociones negativas que vivamos deben venir en proporciones adecuadas para ser favorecedoras. Las emociones positivas, de lo contrario, a más cantidad, mejor, ya que las emociones positivas son emociones saludables y, por tanto, favorecen la salud mental, una mente sana.
La psicología a nivel general se ha enfocado en aspectos negativos y patológicos. La psicología positiva emerge como un complemento, el yang del ying, enfatizando el desarrollo humano positivo. Uno de los aspectos ampliamente estudiados, han sido las emociones positivas y sus beneficios, encontrando que estas emociones, además, son esenciales en el desarrollo de una persona, ampliando los recursos físicos, intelectuales y sociales, además de mejorar nuestra resiliencia (los recursos emocionales para hacer frente a situaciones). Tras el trágico evento en EEUU en el 11-S, psicólogos encontraron que los que habían experimentado más emociones positivas previo al atentado se recuperaron del trauma con mayor prontitud que los que no.
Otro beneficio de las emociones positivas es que parecen prolongar la vida. En un estudio se encontró que de las personas que manifestaron emociones positivas 90% seguían vivas con 85 años, mientras el grupo con un menor nivel de emociones positivas sólo el 34% seguía con vida a dicha edad. Del primer grupo 54% estaban vivos con 94 años y sólo el 11% del grupo menos alegre. Este hecho también implica un organismo más sano, y obviamente la calidad de vida de los que experimentan este tipo de emociones es significativamente más alta.

¿Cómo tener más emociones positivas?

Tendemos a registrar y retener las emociones negativas más que las positivas, eso a pesar de haber una multitud de emociones positivas, como alegría, orgullo, interés, curiosidad, esperanza, gratitud, serenidad, salud, fortaleza, satisfacción, calma, cariño, pasión, confianza, solidaridad, tranquilidad seguridad, diversión, inspiración y como no, ¡amor! A continuación ofrecemos unas técnicas que te permite vivir con mayor positividad.

  1. Reconocer emociones positivas y ponerles etiquetas. Implica centrarte en tus emociones a lo largo del día, prestando atención y concentrándote en ellas. Inicialmente, quizá, tengas que recordártelo, pero conforme pasa el tiempo, el hábito se convierte en algo natural, puede que hasta automático. A veces se trata de centrarte en detalles, por ejemplo: sales de una tienda con una sonrisa tras un breve y agradable intercambio con la dependienta, respondiste una pregunta de forma acertada y sentiste orgullo, te sentiste querido/a por tu pareja cuando llegaste a casa y te saludó con una gran sonrisa.
  1. Llevar un diario emocional. Puede ser una buena idea anotar los momentos que vas detectando, quizá con una palabra que te sirve para recordar la situación en las notas de tu móvil. Podemos volver a ese listado al final del día y revivir esos instantes creando una foto mental de lo que pasó, viendo a ti mismo/a viviendo esa emoción.
  1. Aumentar una emoción concreta, deseable para ti. Puedes elegir una emoción, por ejemplo, orgullo, para luego proceder a pensar en cosas que te permiten sentir esa emoción. Una vez identificado lo que promueve la emoción, pasas a la acción. Asimismo, si terminar un trabajo antes de tiempo, cuidarte/hacer deporte de forma regular o enfrentarte a un miedo te sirven para fomentar el orgullo, puedes hasta elegir cuándo y en qué cantidad quieras experimentar la emoción.
  1. Practica la relajación. Estudios han demostrado que los que practican la relajación experimentan de manera significativa una mayor cantidad de emociones positivas. Aparte de permitir, como es lógico, un estado de mayor relajación, también se asocia con la alegría. Tanto la relajación como la alegría son antídotos del estrés.
  1. ¿Dónde pones el foco? Resignificar eventos.La vida se presenta con muchas situaciones frustrantes, estresantes, enojantes… No obstante, incluso en las mismas, a menudo podemos cambiar el foco a algo que nos resulta agradable. De la misma manera, cuando ocurre algo negativo, podemos darle un significado positivo, siempre hay dos lados.
  1. Agrega actividades que son positivas y significativas para ti en tu día a día. Dar sentido a tus días y por tanto a tu vida claramente va a aumentar la cantidad de emociones agradables que experimentes.
  1. Cuídate físicamente. Un buen descanso, alimentación y ejercicio regular repercute positivamente en nuestro bienestar físico, pero también promueve una mente sana. El ejercicio (y la relajación que se señaló anteriormente) produce la liberación del neurotransmisor serotonina a nivel cerebral. A menudo se le llama a la serotonina el neurotransmisor de la felicidad. A nivel más superficial, el verse bien también produce emociones positivas.

Como señalamos anteriormente, la psicología a menudo se ha enfocado en aspectos negativos y, va de la mano con los estereotipos asociados a la disciplina, “sólo los que están mal van al psicólogo”. No obstante, frecuentemente acuden personas a nosotros que no necesariamente quieran disminuir algo negativo, sino que buscan el crecimiento personal y desarrollar habilidades precisamente para vivir con más positividad y plenitud.

¿Cómo tener éxito con tus propósitos de año nuevo?

¿Cómo tener éxito con tus propósitos de año nuevo?

Lo que necesitas saber para tener éxito con tu propósito para el año nuevo

Ir al gimnasio, comer saludable, dejar de fumar, vivir menos estresado/a, pasar más tiempo con la familia, viajar a sitios nuevos, aprender algo nuevo… Estos son algunos de los clásicos propósitos para el año nuevo. Las buenas intenciones abundan al final del año, viendo el año nuevo como un reset, un nuevo comienzo. Conforme avanzamos en el año, esa ilusión va cayendo a medida que pasan los meses, ¡o días!, y las buenas intenciones se caen en saco roto, y hemos iniciado esta “nueva oportunidad” con un fracaso que tiñe el año. Descuida, si esto te ha tocado, y lo más seguro es que si en algún momento, estás bien acompañado, porque sólo un mero 8% de las personas llegan a la meta, el 31 de diciembre un año después manteniendo su objetivo. De hecho, habrá tantas personas que han vivido un fracaso tras otro que han abandonado esta tradición.

¿Por qué no mantenemos los objetivos que nos proponemos?

Mantener un propósito en teoría no parece tan complicado y, de ahí que la sensación de fracaso se aumenta en intensidad. Sin embargo, hay muchas razones muy válidas por las que no logramos mantener la meta a largo plazo. Veamos algunas de estas razones:

– Meta amplia. A menudo en nuestro planteamiento nos encontramos con una desbordante ambición, proponiéndonos objetivos que son demasiado grandes y poco realistas, sobre todo para empezar. Si no hago ejercicio en el 2019, cero patatero, y decido ir al gimnasio cinco días por semana el año que viene, el éxito es poco probable. No obstante, si decido ir dos veces por semana en enero y febrero, tres veces por semana marzo, abril, junio y julio etc., resulta bastante más sencillo lograrlo, construyendo el hábito nuevo. Otro ejemplo: si quiero hacer cosas buenas, ser más generoso/a puedo decidir que en enero voy a donar sangre, en febrero haré una limpieza general y dar cosas que no necesito a una organización, o ser voluntario en una ONG una vez al mes.

– Varios propósitos. El centrarse en un único propósito hace que sea más factible mantenerse firme, al tener una única cosa que tener en cuenta. Tener varias metas puede generar estrés innecesario y, finalmente, el abandono de los objetivos.

– Falta de definición. Cuando no definimos con claridad que implica la consecución de nuestro objetivo, resulta mucho más complicado lograrlo. Si decido querer vivir con menor estrés, parece que simplemente me tendré que relajar, pero la vida sigue siendo la misma que el año pasado, y no elegimos conscientemente estar estresado/a. Si opto por concretar cosas que puedo hacer para reducir mis niveles de estrés hay mayor probabilidad de éxito. Por ejemplo: iniciar clases de yoga, realizar ejercicios de relajación 5 minutos al día, organizando la semana que viene cada domingo (qué cosas que tienes pendientes vas a hacer y qué día) etc.

– Todo o nada. Si no logramos mantenernos constantes, a menudo, ya decae la motivación. Si podemos ser flexibles con nosotros mismos, podemos mantenernos firmes. En realidad, no tiene que ser ni año nuevo, ni lunes para remontar tras caer. Así que si alguien se propone comer sano (y tiene definido lo que implica), lo logra, pero si luego tiene una recaída, no hay que esperar hasta el año nuevo para volver a darle un intento, sino que puede volver a seguir comiendo sano el día siguiente, la semana siguiente… en cuanto antes.

– Falta de motivación intrínseca. Si lo que nos proponemos no es algo que realmente estamos deseando lograr, o las razones vienen por presión social, a menudo se nos olvidará o incluso podemos llegar a olvidarnos del objetivo. Asimismo, si “queremos” dejar de fumar para complacer a nuestra pareja, o porque es lo que debemos de hacer, es poco probable tener éxito. Si acompañamos nuestro propósito de una imagen de qué implica lograrlo, facilitamos el proceso para nosotros mismos. Incluso, podemos hacer lo mismo de una manera relativamente concreta. Por ejemplo, si queremos bajar de peso, poner una foto, de cuando estábamos como quisiéramos volver a estar, en la nevera, desde luego resulta más complicado abrir la nevera y atacarla. De la misma manera podemos hacer un pequeño poster o imagen que nos recuerda el propósito, y lo colocamos en un sitio que nos recuerde nuestro compromiso con nosotros mismos con cierta frecuencia.

– No tener un plan ni seguimiento de los progresos. Si pensamos a corto plazo, todo parece sencillo, pero debe de ser sostenible en el tiempo. De ahí que si hacemos un plan con pasos pequeños que nos lleva hacia la gran meta aumentan las probabilidades de éxito. De esta manera, podemos ir viendo los progresos, pero también descubrir cuando el plan no funciona para realizar los ajustes necesarios. El hecho de no haber sido realista no implica que no podamos reconducir el camino.

– Imprevistos surgen o el ambiente no acompaña. No se pueden controlar los imprevistos, pero nos podemos adaptar. Por ejemplo, si te propones hacer un viaje importante, se estropea el coche y, gran parte del presupuesto se va en arreglarlo, podemos o cambiar nuestro destino, o cambiar nuestro propósito y ahorrar para poder realizar dicho viaje el año que viene. De la misma manera, si hay obstáculos en nuestro ambiente que dificulta el proceso, debemos ajustar nuestro plan o incluso objetivo.

Con este artículo no queremos de ninguna manera señalar que los propósitos son necesarios. Sólo si hay esa motivación potente que comentamos anteriormente, puede ser una buena fecha para dar el primer paso hacia hábitos diferentes. No obstante, empezar por ejemplo el 16 de mayo es igual de válido, lo importante es ponerse si hay algo que queremos cambiar en nuestra vida, y más antes, mejor. 😊

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