¿Cómo hacer frente a los pensamientos intrusos?

¿Cómo hacer frente a los pensamientos intrusos?

¿Qué hacer con los pensamientos obsesivos, perturbadores, atemorizantes y/o pegajosos?

Todos tenemos pensamientos intrusos que parecen estar fuera de nuestro control. Tienen un contenido un tanto extraño, absurdo o amenazante. El contenido de estos pensamientos intrusivos puede ser muy variado, como preocupaciones aterradoras sobre algo que te podría pasar a ti o a alguien querido, un error cometido o que puedas llegar a cometer, o esos pensamientos pueden decirte que algo terrible va a pasar o lo vas a hacer tú. 

Son pensamientos que causan una gran angustia, que parecen venir de la nada y pueden provocar ansiedad, culpa, asco, pánico… El contenido de estos pensamientos no deseados se suele centrar en imágenes sexuales, violentas… Por ejemplo, torturar a alguien, tirarte por la ventana… tras tener este tipo de pensamientos que son involuntarios, sentimos una emoción muy fuerte y aparecen dudas, como, por ejemplo, ¿hice realmente daño a alguien y no me di cuenta? 

Quien tiene este tipo de pensamientos tiene miedo a poder llegar a hacer lo que esos pensamientos dicen. Estos pensamientos generan mucha angustia que normalmente se mantiene en secreto, por el miedo a parecer raro o mala persona. Por lo tanto, son pensamientos que generan mucho malestar. 

También hay pensamientos intrusivos con un contenido mas benigno, como, por ejemplo, dudas sobre las relaciones, sobre la orientación sexual, religión, muerte o sobre preguntas que no se pueden responder con certeza. 

Existen muchos mitos sobre los pensamientos intrusos. Uno de los más comunes y que más angustia generan es que tener estos pensamientos significa que inconscientemente quiere que eso pase. Esto no es cierto, de hecho, es justo lo contrario. Es el esfuerzo por luchar contra ese pensamiento lo que lo mantiene y hace que vuelva a aparecer. 

Otro mito es qué debemos analizar y examinar cada uno de estos pensamientos, pero realmente, estos pensamientos no son mensajes o advertencias, a pesar de sentirlo como tal. Son simplemente pensamientos. 

El problema es que estos pensamientos se viven como amenazas reales, que además se mantienen en secreto por el miedo a parecer raro o mala persona.  El intento desesperado por hacer desaparecerlos, es lo que realmente lo alimenta. Cuanto más se intenta suprimir o sustituir más fuerza coge. 

Por lo tanto, los pensamientos intrusos se refuerzan cuando entramos en debates con ellos, preocupándonos o luchando contra ellos por tratar de alejarlos. Otra forma de fortalecerlos, es intentar evitarlos. Lo ideal es ir dejándolos tranquilos, en paz, tratarlos como si fueran insignificantes, y así, irán desapareciendo. 

A continuación, os dejamos algunos pasos que pueden ser útiles para ir aprendiendo a dejando de darle peso a este tipo de pensamientos: 

  • Etiquetar ese pensamiento como “intrusivo”.
  • Recuérdate que son pensamientos automáticos, sin importancia y que no dependen de ti. 
  • Acepta y permite esos pensamientos. No luches contra ellos. 
  • Entiende que los pensamientos volverán una y otra vez cuanta más atención tengan.
  • Continúa haciendo lo que estabas haciendo antes de que apareciera ese pensamiento. 

Por el contrario, intenta no hacer lo siguiente:

  • Enredarte con el pensamiento una y otra vez. 
  • Quitar los pensamientos u ocultarlos. 
  • Intentar buscarle un significado a ese pensamiento. 
  • Comprobar si es o no verdad. 

Si te sientes identificado/a este artículo puede ayudarte, pero siempre es importante ponerse en mano de un profesional. 

¿Por qué siento lo que siento?

¿Por qué siento lo que siento?

“Una emoción es un estado complejo del organismo caracterizado por una excitación o perturbación que predispone a una respuesta organizada. Las emociones se generan como respuesta a un acontecimiento externo o interno”.

Bisquerra

Como psicólogos escuchamos a menudo personas que se sienten confundidas respecto a sus vidas emocionales, y nos preguntan porqué sienten ciertas cosas, o qué les impulsa a comportarse de cierta manera. Las emociones son muy sencillas y complejas a la vez. Sencillas porque son universales, es decir, hay un rango de emociones con las que nacemos, independientes de la cultura: la tristeza, la ira, la sorpresa, el miedo, el asco, el desprecio y la alegría. Son innatas porque vienen con una finalidad. Igual que el cuerpo está diseñado para sentir hambre que nos impulsa a comer, necesario para la supervivencia. Las razones de ser de las emociones pueden ser:

  • Sociales: Favorece la interacción entre personas, y permite predecir cómo van a actuar otras personas a partir de su muestra de sentimientos. Asimismo, las personas que reprimen sus sentimientos con frecuencia carecen de  intimidad en sus relaciones.
  • Motivacionales: las emociones llevan a acción, nos sentimos motivados. De la misma manera pueden alejarnos de algo que no nos favorece.
  • Adaptativas: Para adaptarnos a las exigencias del ambiente en el que vivimos.

Asimismo, la alegría puede motivarnos a hacer cosas que son sanas y positivas para nosotros, igual que la ira puede, por ejemplo ayudarnos a poner límites, defendernos y protegernos. El miedo puede protegernos o prepararnos para peligros. La tristeza nos permite elaborar hechos difíciles, fomenta la búsqueda de ayuda y que ayudemos a quien lo necesita. Para quiénes no hayan visto la película Del revés (Inside out), la recomendamos. En ella podemos comprobar la importancia que tiene la tristeza en nuestra vida.

La influencia del aprendizaje en las emociones

Hay personas que no muestran ciertas emociones como la ira o la tristeza. Otras muestran algunas en exceso, por ejemplo, pueden mostrarse felices cuando realmente no lo están. También hay los exhiben otra emoción a la que hay detrás, cómo enfadarse cuando realmente se sienten tristes. Y para complicarlo más, en la mayoría de los casos no son conscientes y/o no entienden por qué. Entonces la pregunta es cómo las emociones básicas que tenemos todos se vuelven tan complejas.

Nuestra historia de aprendizaje tiene su inicio desde que nacemos. Nacemos con ese abanico de emociones, cada una con su finalidad. Sin embargo, cuando no cumple con su fin, porque los padres no responden ante ellas como la naturaleza ha pretendido, carece sentido y el bebé puede optar por otra estrategia para lograr su objetivo. 

Los bebés tienden a comunicar su malestar con el llanto, necesitan ayuda para cubrir una necesidad. Si los padres no responden al llanto, pero sí a la sonrisa, llorar resulta disfuncional, no le ayuda. Conforme va creciendo va viendo que cuando está contento obtiene atención y sus necesidades se ven atendidas. Así la personita aprende que estando alegre en todo momento, portarse bien y ayudando a los demás por ejemplo, su entorno responde positivamente, mientras manifestar malestar puede llegar a ser solitario. De esta manera la persona crece y desarrolla una identidad que mantiene en su vida adulta y las personas que le rodean celebran esa identidad: “Tal es tan buena persona, siempre está alegre y siempre está ahí”. Sin embargo, esa polarización conlleva que la persona no establezca sus límites con los demás, no pide ayuda cuando lo necesita, ni elabora adecuadamente dificultades. 

De la misma manera, unos padres pueden rechazar la ira de su hijo, pero promover el llanto. De ahí la ira natural irá disminuyendo en frecuencia e intensidad. O de lo contrario, los padres responden ante la ira, y menos ante el llanto. 

La culpa no es de los padres

Nos parece importantísimo resaltar que no podemos culpabilizar a los padres por cómo somos. En gran parte explica, pero también hay que dejar espacio para la empatía. Ser padre es una tarea muy complicada y cada uno lo hace lo mejor que puede, lo cual, lamentablemente, no implica un buen resultado siempre. Los padres vienen con sus historias de aprendizaje, con sus fortalezas y dificultades. Promover un buen comportamiento en los hijos es natural y necesario, no sentirse capaz de responder ante la ira o la tristeza de un hijo en todo momento es humano, sin malas intenciones. Quizá ellos mismos fueron enseñados a ser complacientes, quizá sus padres no estaban en contacto con su tristeza o lo vivían como una debilidad. De ser así, lógicamente el hijo aprenderá a comunicar malestar mediante la ira, y sentir que el enfado es más bien de “fuerte”. 

Si te reconoces en esta entrada, qué hacer

Quizá hayas leído este artículo y reflexionado sobre ti mismo/a, tus emociones y tu vida. Posiblemente haya abierto puertas y posibilidades, pero también preguntas. El primer paso en un cambio es la consciencia. Saber qué estás polarizado en ciertas emociones permite seguir explorando y analizando. El hecho de que nuestra vida haya sido de cierta manera hasta hoy no significa en absoluto que tenga que seguir así. Está bien empezar a cuestionar qué hacemos, cuándo y por qué hacemos, para luego preguntarnos qué queremos, qué es lo que no funciona en nuestra vida. Eso implica salir de nuestra zona de confort que a menudo es bastante incómoda. Si eres una persona complaciente, te invitamos a preguntar cuántas de las cosas que haces, son cosas que realmente quieres hacer, si te restan más de lo que te suman, y dónde estás tú en todo esto. Si tiendes al enfado, puedes preguntarte qué sacas de ello y qué pierdes, y si hay otras maneras de enfrentar las cosas que te disgustan. 

En términos sencillos podríamos decir que nuestra vida, las personas que están en ella y nosotros mismos hemos ido programando una manera de ser que entendemos cómo nuestra identidad. No obstante, se trata de pensamientos, actitudes y comportamientos que hemos repetido muchas veces y por ello son naturales para nosotros. Podemos ahora elegir cómo queremos ir trabajando sobre nosotros mismos, sobre cómo queremos “reprogramarnos” para el futuro.

Como siempre, si vives tus emociones como más nocivas para ti que positivas, y tienes dificultades para redirigirte hacia donde quisieras verte, es recomendable ver a un psicólogo. 

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