La mariposa – Metáfora

La mariposa – Metáfora

Un hombre encontró un capullo de una mariposa y se lo llevó a casa para poder ver a la mariposa cuando saliera del capullo.

Un día vio que había un pequeño orificio y entonces se sentó a observar por varias horas, viendo que la mariposa luchaba por poder salir del capullo. El hombre vio que forcejeaba duramente para poder pasar su cuerpo a través del pequeño orificio en el capullo, hasta que llegó un momento en el que pareció haber cesado de forcejear, pues aparentemente no progresaba en su intento. Pareció que se había atascado. Entonces el hombre, en su bondad, decidió ayudar a la mariposa y con una pequeña tijera cortó al lado del orificio del capullo para hacerlo más grande y así fue que por fin la mariposa pudo salir.

Sin embargo, al salir la mariposa tenía el cuerpo muy hinchado y unas alas pequeñas y dobladas. El hombre continuó observando, pues esperaba que en cualquier instante las alas se desdoblarían y crecerían lo suficiente para soportar al cuerpo, el cual se contraería al reducir lo hinchado que estaba. Ninguna de las dos situaciones sucedieron y la mariposa solamente podía arrastrarse en círculos con su cuerpecito hinchado y sus alas dobladas… Nunca pudo llegar a volar.

Lo que el hombre en su bondad y apuro no entendió, fue que la restricción de la apertura del capullo y la lucha requerida por la mariposa, para salir por el diminuto agujero, era la forma en que la naturaleza forzaba fluidos del cuerpo de la mariposa hacia sus alas, para que estuviesen grandes y fuertes y luego pudiese volar. Libertad y el volar solamente podrán llegar luego de la lucha. Al privar a la mariposa de la lucha, también le fue privada su salud.

Algunas veces las luchas son lo que necesitamos en la vida. Si se nos permitiese progresar por nuestras vidas sin obstáculos, se estancaría nuestro crecimiento.

¿Fue realmente buena idea que Eva se comiera esa manzana? (II). ¿Qué hay del amor?

¿Fue realmente buena idea que Eva se comiera esa manzana? (II). ¿Qué hay del amor?

El matiz de las elecciones

En el amor es donde más se manifiesta nuestra ansia tan neurótica de encontrar lo mejor, independientemente de estatus, clase, etnicidad, color, altura, peso… Antiguamente se imponía el marido o la mujer a los hijos, y como no había elección se formaba una pareja en mejores o peores condiciones, pero sin preguntas, sin cuestionar si era lo mejor o peor. Evidentemente no es algo deseable en nuestros tiempos, y el concepto del amor pierde su valor y significado real, cuando se trata de algo decidido por personas ajenas. No obstante, la libertad de elección de la que podemos disfrutar hoy en día en muchos países, no parece traer una felicidad mucho mayor que la que mostraban esas parejas formadas por los padres antiguamente.

¿Cómo puede ser que teniendo la libertad de elegir, no estamos más felices? ¿Será la búsqueda de lo mejor, lo ideal, la pareja perfecta? O como decimos con ojos tiernos, mirando al cielo con ojos soñadores: el alma gemela, la persona que fue destinada para uno. El alma gemela sería otra parte de nuestro sentido de vida: tenemos un destino, tenemos una razón de ser, y además tenemos una persona, en un mundo de tantos millones de personas a distancias diferentes, destinada sólo y únicamente para nosotros, la parte de la naranja que falta para que quedemos completos, la otra pieza del puzle, en fin, lo que lleva nuestra aburrida vida de tanta rutina al cielo.

El sabor del enamoramiento

Cuando llega el enamoramiento a nuestra vida todo cambia, pensamos que hemos encontrado esa alma gemela tan anhelada. La tarea más aburrida de repente cobra sentido, todo tiene sentido: el sentido de nuestra vida, de forma completa o parcial según cultura, educación y una multitud de variables más. El deseo de optimizar cada segundo del tiempo, nuestro aspecto, nuestra casa, de hacer un mejor trabajo entra en nuestra vida junto a esa persona. Todo brilla con otra luz… por un tiempo.

Muchos científicos han hablado del enamoramiento como un proceso bioquímico, que tiene su comienzo y su fin, hablan de dos o tres años. No es para desestimar en ningún momento este hallazgo, pero no debemos olvidar el factor ambiental. Una relación comienza como una hoja en blanco, una oportunidad de ser como queremos, de mostrarnos como queremos y de construir algo según el ideal que tenemos en nuestra mente (fruto de películas, libros, relaciones que hemos visto), aún siendo una visión parcial, ya que en pocas ocasiones tenemos la oportunidad de ver la imagen completa de una relación. Al igual que nos formamos una imagen de lo que queremos, formamos una de lo que no queremos, una vez más, mediados por lo las experiencias propias y ajenas y por lo que vemos en los medios de comunicación.

La cabeza enamorada con la carne en el asador

Al principio ponemos toda la carne en el asador, damos lo mejor de nosotros mismos, ponemos de nuestra parte para cimentar los ladrillos en la construcción de nuestro sueño, intentando hacerlo realidad. El problema llega cuando las dos mentes enamoradas se encuentran con dificultades de compatibilidad, hay una pequeña ruptura en el sueño de la perfección cuando resulta que la otra persona no es tan ideal como nuestra cabeza ha querido pensar cuando formó una imagen ideal del otro, encajándole en la figura del príncipe azul, o la princesa rosa. El conflicto es inevitable, y conlleva una pequeña brecha en la imagen tan idílica. “Yo no pensaba que fuera así…”.

Venimos de sitios diferentes, nos hemos criado en ambientes distintos, con padres distintos, abuelos, barrio, colegio, amigos… Todas las vivencias, por muy parecidas que sean, no son las mismas, y las experiencias en su conjunto, con las condiciones genéticas, conforman una persona. Así mismo, no existen dos mentes iguales, cosa que a menudo le cuesta a la cabeza enamorada encajar, y lleva a decepciones.

Semillas azul y rosa

El desenamoramiento puede ser el resultado de la acumulación de conflictos, y si estos además son conflictos sin resolver, vamos plantando una semilla de frustración, de dudas, de malestar y el amor se convierte finalmente en un campo de batalla, en vez de un edén de flores, donde vamos plantando día a día flores bellas. Las diferencias que tenemos con la pareja, que antes resultaban tan interesantes y eran razón de intriga y curiosidad hacia la otra persona, ahora se convierten en nubes grises en nuestro cielo anteriormente tan azul, sin dejar que los rayos del sol traspasen. El sueño del príncipe azul o la princesa rosa se convierte en una pesadilla. O no existe esa pareja ideal y seguimos nuestra rutina aceptando las cosas, dejamos de soñar, o seguimos soñando con esa media naranja, o incluso la vamos buscando de forma inconsciente o consciente, de manera directa o indirecta en otras personas.

Aquí es donde debemos plantearnos si esa persona alguna vez cambió, si cambiamos nosotros mismos, o si cambiamos todos… ¿Seguimos poniendo de nuestra parte? ¿Seguimos con el deseo de mostrar lo mejor de nosotros mismos? ¿Seguimos poniendo esos ladrillos? o ¿damos la construcción por terminada, porque no salió como la habíamos diseñado como arquitectos en nuestra mente?

Comenzamos a pensar que la otra persona nos tiene que aceptar tal cual: tenemos días malos en el trabajo, estamos de mal humor, tenemos dolor de la cabeza, es un rollo siempre tener las piernas depiladas o la barba perfecta, no podemos levantarnos por la mañana y entrar directamente en el baño para domar la cabellera de león resultante de la cama… tantos detalles, tanta rutina… Y si hablamos de sexo, nada que ver con esa libido desbordante del principio, que ahora pasa a ser la diversión u obligación de la noche del sábado. Lo que antes era una alegría, ahora da pereza, y no nos damos cuenta del cambio que ha ocurrido en nosotros mismos, pero sí tenemos en cuenta todos los cambios en el otro. Bienvenido al desencanto, bienvenida la pareja que es humana, y no un príncipe o princesa.

La inversión de los supuestos

El tiempo no favorece la evolución de la pareja cuando ésta no actúa desde la aceptación del otro y de sí mismo. Los reproches se anteponen a la empatía y comprensión, y la responsabilidad de uno mismo se convierte en culpabilización del otro. Esperamos que el otro esté por nosotros, que nos acepte, que nos entienda en todo momento (como si de una relación telepática se tratase)… pero, si invertimos ese supuesto: ¿Estoy yo por mi pareja? ¿Realmente entiendo al otro?, ¿mi necesidad no es la suya y viceversa? ¿Me hago responsable de lo que aporto a la relación en términos negativos? ¿O me doy permiso porque él/ella hizo…?

En definitiva, hay que mirarse más a uno mismo y menos al otro, ahí está el camino para ver la realidad de forma más auténtica. Así aprovechamos el conocer a nuestro favor, combatimos la habituación, vivimos y aprovechamos el día, porque el amor recobra otras dimensiones y evoluciona con el tiempo en una u otra dirección.

¿Fue realmente buena idea que Eva se comiera esa manzana? (I). El bien y el mal de los conocimientos.

¿Fue realmente buena idea que Eva se comiera esa manzana? (I). El bien y el mal de los conocimientos.

Sin entrar en si profesamos una religión o no, la mayoría de nosotros conocemos la exposición bíblica del comienzo del ser humano en el edén: dos seres libres de hacer lo que quisieran con una única prohibición, comer la fruta del árbol de la ciencia del bien y del mal. Eva no pudo resistirse a tal fruto tan apetecible, y el comerlo trajo sus consecuencias.

Se creó el planeta, dentro de un sistema solar infinito, incomprensible para el cerebro humano. Sea Dios, sea el Big Bang, fuera lo que fuera, al final éramos y somos una especie más. Lo que nos diferencia de otros animales es el pensamiento rico que se nos ha regalado, o que Eva robó al ingerir esa fruta deliciosa. Sin embargo, ¿realmente es un regalo? ¿O posiblemente es un regalo malamente aprovechado o incluso del cual abusamos?

Opciones con sabor a conocimiento

El conocimiento nos permite una visión más amplia del mundo, que a su vez, conlleva a ver distintas opciones. En un principio parece más deseable contar con más opciones… pero, ¿es así realmente? ¿O tener más opciones implica más dudas sobre qué opción es la más adecuada? ¿La que más deseo? En definitiva, la que sea mejor para uno mismo. Quizá lo más adecuado no es lo que quiero. Quizá sea la mejor a nivel individual, pero no en mi contexto. O peor, cuando lo que deseo no está a mi alcance. Sea como sea, una variedad de opciones puede llevar a insatisfacción, el anhelo de un futuro mejor, frustración y en última instancia, nos puede alejar de la felicidad y el “carpe diem”.

Ahora, ¿cuál es la mejor opción? ¿Existe? ¿Qué es lo mejor y para quién? Al final se trata de un concepto abstracto y subjetivo, aunque en algunos casos ciertamente hay opciones pactadas por la sociedad como mejores o más atractivas. Un ejemplo muy sencillo: Muchos pensamos que un BMW es una mejor opción y elección que un Opel, ¿porqué? ¿Es porque no todo el mundo puede acceder a esa opción? ¿Porque es más caro? ¿Porque tiene más caballos debajo el capó? ¿O puede que sea que reluce un diseño más atractivo? Ciertamente es más caro, también es cierto que goza de tener más caballos, ¿pero realmente es eso lo mejor para todos o solamente para algunos? Si luego hablamos de diseño… ya entramos en lo más subjetivo: ¿realmente es más elegante su silueta o es lo que hemos aprendido? ¿O es una percepción influida por el ansia de tener lo mejor… lo mejor que se ha pactado?

Los colores del presente

Esta serie tendrá su foco en varios conceptos respecto a diversas áreas vitales: la habituación, la aceptación, la responsabilidad y vivir en el aquí y ahora. Veremos como la novedad reluce con mucho brillo y como con el tiempo se convierte en algo mate y gris, cuando en realidad sigue siendo lo mismo, sólo que nosotros lo vemos con otros ojos, cambia nuestra percepción, cambiamos nosotros. Asimismo, si no vivimos en el presente, en el hoy, en este instante, perdemos lo que nos ofrece cada día, vivimos como si no existiera la muerte, que por suerte o desgracia no se nos escapa a nadie. El fin es poder volver a ver, ver las cosas por lo que son, disfrutarlas, aprovechar los conocimientos a nuestro favor, en fin, fomentar y mantener nuestro prisma de alegría y felicidad.

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