¿Quién soy?

¿Quién soy?

¿Quién soy? ¿Quién quieres ser?

Como psicólogos escuchamos con relativa frecuencia personas preguntándose quiénes son, cómo son. A menudo tenemos una idea sobre nuestra propia persona, pero a veces entra en conflicto con por ejemplo otras ideas que tenemos, con nuestro propio comportamiento o con percepciones ajenas sobre nuestra persona, como en conflictos cuando nos etiquetan de forma lejana a nuestra creencia. Estas disonancias pueden crear confusión sobre la identidad propia.

Muchos piensan en la personalidad como algo estático, “yo soy así”, y no se puede cambiar. Ciertamente venimos condicionados por un marco genético y una historia de aprendizaje a raíz de nuestras experiencias. No obstante, la inflexibilidad no es tan grande como nos pueda parecer, podemos influir mucho más en nuestra auto-imagen de lo que pensamos. Y las buenas noticias es que podemos empezar a introducir cambios hoy mismo.

Somos lo que hacemos

Gran parte de nuestra identidad se construye sobre las acciones, lo que hacemos. Si hago mucho deporte, ser deportista forma parte de mi identidad. Por ello, la respuesta a la pregunta “¿Quién soy?” se puede convertir en “¿Cómo quisieras ser?”. Poner adjetivos suele resultar bastante sencillo. En el siguiente paso podemos preguntarnos qué es lo que convierte una persona en tal adjetivo. Si me planteo querer ser sociable, puedo iniciar ciertas actividades que me permitan ir conociendo personas, puedo mejorar las relaciones existentes iniciando contacto más a menudo, mostrar interés por la otra persona preguntando sobre ellos, incrementando muestras de afecto o dando cumplidos. Si quiero ser una persona resolutiva, debo enfrentarme a mis problemas con prontitud y eficacia, sin procrastinar (ir dejando asuntos y proyectos para más adelante). Si quiero ser una persona saludable puedo mejorar mis hábitos alimentarios, iniciar actividad física etc.

Otra manera de enfocar el tema podría ser coger una persona como referente, una persona que tienen características que nos resultan gratas, y preguntarnos qué es lo que hace que nos resulte tan interesante/divertida/cariñosa…

Independientemente, lo importante es plantear objetivos pequeños y sobre todo concretos. En su conjunto pueden florecer en una característica de personalidad.

Es que no es tan sencillo…

Obviamente no todo está a nuestro alcance de forma inmediata. Para ejemplificar, miedos pueden frenar nuestro desarrollo en contextos sociales. Si sabemos que tenemos esa dificultad no implica que no lo podamos lograr. Precisamente por ello recomendamos dar pequeños pasos en la dirección deseada y así ir aumentando la confianza para seguir dando pasos. Igualmente de forma inicial nos sentimos raros haciendo cosas que no solemos hacer. Descuida, lo que haces ahora, lo defines como tú y tu forma de ser/tu normalidad, lo son porque lo has repetido muchas veces. Lo mismo tiene que ocurrir con estos nuevos comportamientos hasta formar parte de nuestro repertorio habitual. Y si vemos que la barrera es superior a nosotros siempre podemos acudir a un profesional para trabajar dicha dificultad y así poder lograr lo que nos proponemos.

¿Cómo aumentar la confianza en mí mismo?

¿Cómo aumentar la confianza en mí mismo?

¿Cómo puedo aumentar la confianza en mí mismo?

Como ya hemos ido hablando esta semana sobre la autoestima, y nos parece un tema muy interesante, os traemos unos consejos generales para ganar confianza en ti mismo.

Creer que uno mismo puede logar un objetivo, nos mueve ir a por ello; pero sin embargo, si creemos que no podemos hacerlo, paraliza la consecución de dicho objetivo.

“Baja autoestima es como ir por la vida con el freno de mano echado” Maxwell Maltz.

Todos sabemos que sin confianza en uno mismo, nada grande puede pasar.

La pregunta entonces es: ¿Cómo puedo ganar confianza en mí mismo?

Os traemos varios consejos para poner en práctica desde hoy mismo:

  1. Cuida tu cuerpo:

Tienes que prestar atención a tres cosas básicas y fundamentales: Sueño, Nutrición y Ejercicio físico. Es muy importante cubrir correctamente estos factores ya que influyen directamente en tu estado de ánimo, te ayuda a ser más productivo y a tener una mayor fuerza física y mental, cosas necesarias para lograr unos objetivos ambiciosos que necesitarán tu tiempo y esfuerzo.

  1. Cuida tu aspecto:

La apariencia “exterior”influye en cómo te perciben los demás, un aspecto cuidado y arreglado hacen que te sientas a gusto contigo mismo e inspires confianza, los demás te percibirán más cercano, simpático, cautivador y responderán de igual manera ante ti.

  1. Habla en público:

Es una actividad que al principio puede parecer agobiante si no tienes confianza ni experiencia en la práctica. Pero es una actividad, que a la larga, con práctica, te dará mucha confianza, y cada día lo harás mejor.

El crecimiento está asociado a salir de tu zona de confort. A partir de ahora, cuando tengas la posibilidad de hablar en público, no te pongas excusas.

  1. Aumenta tu vida social:

Una vida social grande aumentará tu autoestima, con esto, te animamos a acudir a eventos sociales ya sean por diversión o por trabajo, e interactuar con personas nuevas, puedes aprender mucho de los demás y de ti mismo.

  1. Empieza a ser generoso:

Cuando ayudas a otras personas, ellos se sentirán agradecidos y valorarán tus actos, y esto te hará sentir bien contigo mismo. Sentirse útil aumenta la confianza en uno mismo, al ver que nuestros conocimientos y habilidades son de ayuda para otras personas.

  1. Haz cosas para destacar:

La mayoría de las veces, las personas no hacemos un determinado tipo de cosas que llamarían la atención de los demás por el miedo al juicio que nos hagan, por el miedo al rechazo. Pero atrévete a ser tu mismo, como decíamos antes, salir de la zona de confort aumenta la autoestima, no tengas miedo a qué dirán otros. Lo importante eres tú.

  1. Da tu opinión y defiende tus ideas:

Cuando te encuentres en una reunión profesional, evento, reunión familiar o con tus amigos, da tu opinión sobre un tema determinado, si hay personas que piensan diferente, mantente firme y defiende tu idea con educación Si lo haces a menudo, ganarás seguridad.

  1. Practica la queja:

Por norma general, las personas con falta de confianza huyen del enfrentamiento. Así que para ganar seguridad, “practica la queja”; No aceptes lo que está mal, como una comida fría en un restaurante, cosas que te parecen injustas, como el reparto de trabajo en tu equipo, etc.

  1. Aguanta la mirada:

La falta de confianza, hace que las personas que no se sienten seguras de ellos mismos, tiendan a echar la mirada hacia abajo, es un claro signo de autoestima baja, por ello, te recomendamos que practiques aguantar la mirada, poco a poco, te acostumbrarás, piensa que si una persona que te está contando algo o intentando convencerte de algo mira hacia el suelo o a otro lado, no te inspira seguridad ninguna en lo que te está intentando transmitir.

Esperamos que os hayan gustado nuestros consejos prácticos para ganar confianza y aumentar la autoestima. Ahora sólo queda ponerlos en práctica.

Siempre recordamos que nuestros consejos son generales, y si tienes cualquier tipo de duda/problema, es mejor que consultes a nuestro personal cualificado para ello, con tu caso individual.

Esperamos que tengáis un buen fin de semana!

Ha Fallecido un Familiar ¿Se lo cuento a mi hijo/a?

Ha Fallecido un Familiar ¿Se lo cuento a mi hijo/a?

Cuando fallece un ser querido y tenemos que contárselo a nuestros hijos es muy común que surjan preguntas del tipo:

¿Debo llorar?, ¿se lo cuento?, ¿le haré daño al contárselo?, ¿cómo puedo prepararle?, ¿qué debería decirle?, ¿es mejor ocultarlo?.

La muerte forma parte de la vida, por ello, los seres humanos vamos a tener que enfrentarnos en algún momento a ella. Aún así, es un tema muy complicado, ante el que experimentamos mucho temor, y por eso, en ocasiones elegimos callar y/o ocultarlo a los niños, pensando en la posible dificultad que el niño pueda presentar para procesar la pérdida de un ser querido.

Muchas veces, y con la única función de proteger, acabamos dando explicaciones no del todo claras y/o erróneas, lo que puede llevar al menor a confusión y a generar ciertas complicaciones. Intentamos proteger a los niños porque creemos que resguardándolos de la muerte, les quitaremos ese sufrimiento, pero en realidad lo que estamos haciendo, es separándoles de un evento fundamental en sus vidas, y de que puedan desarrollar estrategias de afrontamiento, ya que en la vida es imposible evitar el dolor.

Cuando los niños crecen sin exponerse al sufrimiento, pueden ser más propensos a la frustración, y no desarrollarán las habilidades necesarias para hacer frente a situaciones a las que deberán enfrentarse en la edad adulta.

La muerte, normalmente es un tema tabú del que evitamos hablar. Vivimos en una cultura que bloquea o impide el sufrimiento, esto hace que intentemos alejar lo máximo posible todas la manifestaciones del duelo y la muerte, y todo lo asociado a ambos sucesos.

Pero realmente, las complicaciones a la hora de afrontar el duelo aparecen cuando no hacemos frente a ese dolor, cuando intentamos pasar por encima, evitando situaciones complicadas.

¿Es bueno o es malo hablar de la muerte de un familiar o conocido con mi hijo/a?

Dado que no es algo que esté normalizado en nuestra sociedad, es normal que nos surja esta pregunta. Pensar en la muerte, y en todo lo que la muerte lleva consigo, nos ocasiona angustia, y de esa angustia es de la que intentamos alejar a los menores. Por eso, nos encontramos perdidos ante una situación así. Nos asusta ver a los niños sufrir e intentamos enmascarar el dolor.

Por lo tanto, es necesario:

  • Ser honestos con los menores,
  • Contarles lo que ha pasado, pero siempre, teniendo en cuenta el momento evolutivo del niño y el desarrollo cognitivo, puede haber niños de 5 años que lo entiendan prácticamente todo y niños de 10 años que necesiten explicaciones más sencillas, es decir, hay que saber dar a cada niño lo que necesita, pero siempre desde la honestidad y la realidad, ya que para poder llevar a cabo un duelo saludable es necesario el afrontamiento y la aceptación de los estados emocionales que se van a ir dando durante el proceso.

¿Quién debe decírselo?

Las personas más cercanas a los menores deberían ser las encargadas de transmitir la noticia.

  • Lo ideal es que se lo comuniquen sus padres o uno de ellos en caso de que el fallecido sea el otro progenitor.
  • Si han fallecido ambos, es importante que se lo diga la persona que se encargará del cuidado del menor.
  • En caso de que los padres del menor se encuentren muy mal tras la pérdida y sin fuerzas para poder comunicárselo al niño, es importante que se lo transmita una persona con la que el menor tenga la confianza suficiente.

¿Cómo contárselo al menor?

La persona elegida para trasmitir la noticia lo hará:

  • De forma triste pero calmada, sin explosiones emocionales que pueden resultar demasiado excesivas o desbordantes para que el niño pueda procesar el mensaje, o que puedan generarle la sensación de una gran desgracia.
  • No temas llorar: expresar emociones enseña a los niños a identificar diversos sentimientos. Además le dará la oportunidad de llorar juntos, y así el niño también podrá procesar su dolor.
  • Elegir el momento adecuado: es recomendable explicárselo al menor cuando sepamos que sus necesidades básicas están cubiertas, es decir, no hacerlo cuando pueda tener hambre o sueño, ya que su expresión emocional en estos casos puede ser desmesurada.
  • Empezamos por lo esencial, para ir poco a poco entrando en detalles. No es necesario trasmitir toda la información de golpe.
  • Es importante que el menor se sienta libre para preguntar todo lo que necesite.
  • Recuerda explicarlo en el colegio, ya que es un lugar donde se pueden manifestar muchas conductas y expresiones relacionadas con el duelo.
  • Escucha atentamente: deja que el niño se exprese libremente y actúa con honestidad.

¿Cuándo se lo comunicamos?

  • La noticia debe comunicarse lo antes posible. No es conveniente esperar días o explicárselo una vez finalizados los homenajes.
  • Es importante buscar un lugar tranquilo, conocido y seguro, donde el menor se sienta en confianza para poder expresar las emociones, dudas o reacciones que aparezcan.

¿Qué debería decirle?

No existe una fórmula universal a la hora de explicar la muerte de un familiar a los menores. Cada familia debe buscar la forma adecuada en función a sus creencias y religión. No obstante, se pueden establecer algunos consejos, que las familias pueden tener en cuenta a la hora de dar la noticia al menor.

  • De los 0 a los 2 años: durante esta etapa lo esencial es mantener las rutinas, garantizar la seguridad y el cuidado del menor.
  • De los 3 a los 6 años: es importante usar un lenguaje claro y adaptado, tranquilizar al menor ante la posibilidad de otras muertes. Para ayudar a comprender la muerte, se pueden usar ejemplos de la naturaleza o de otras personas que conozcan. No se recomienda utilizar metáforas o frases del tipo “se ha dormido para siempre”, “te ve y cuida de ti” o dar explicaciones muy difíciles.
  • De los 6 a los 10 años: durante esta etapa pueden participar en los rituales, si ellos quieren. Hay que responder a su curiosidad y permitir sus emociones. Por el contrario, ocultarle detalles, no explicarle o no dejarle participar en los rituales o no aclarar sus teorías, puede interferir en el proceso del duelo.
  • De los 10 a los 13 años: durante esta etapa podemos compartir nuestras experiencias, emociones y sentimientos. Se pueden utilizar frases como “es normal que estés triste”, “lloro porque tengo miedo”, “yo también echo de menos al abuelo”. Y en cambio, evitar frases del tipo: “tienes que ser fuerte”, “al fallecido no le gustaría verte así”.

Ya para terminar, aclarar que a la hora de comunicar la muerte de un ser querido a un menor vamos a tratar de hacerlo de forma honesta, con cuidado, escuchando atentamente y utilizando las palabras adecuadas para su momento evolutivo y nivel cognitivo. Es importante ir dando información de forma gradual e ir dejando fluir la expresión emocional por parte del menor. Debemos recordar que el niño tiene derecho a tener explosiones emocionales, estar molesto y tener emociones y sentimientos propios sobre la muerte, también tiene derecho a hablar de sus recuerdos cuando quiera y con quien quiera, tiene derecho a entender los motivos por los que se ha producido la muerte y avanzar hasta encontrarse mejor.

A continuación te dejamos un link con un cuento que puede resultar muy útil para contar a los niños cuando ha fallecido alguno de sus padres:

 

¿Es mi hijo Hiperactivo?

¿Es mi hijo Hiperactivo?

En los últimos tiempos se escucha hablar de niños hiperactivos con relativa frecuencia. El bombardeo de información al respecto, puede desorientar o confundir a los padres, haciéndoles pensar que su hijo o hija puede sufrir TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), cuando probablemente no es así y simplemente nos encontramos con un niño inquieto, que explora, que intenta descubrir al mundo y para ello lo lógico y natural es moverse, tocar, relacionarse con todo lo que pueda en el ambiente.

Indudablemente hay un sobrediagnóstico de este trastorno y se suele recurrir a encasillar a los niños bajo el rótulo de hiperactividad cuando en realidad puede haber un problema de motivación, de autorregulación emocional o de estrategias pedagógicas y de crianza.

Es muy importante valorar el área emocional de los niños y adolescentes que puedan presentar TDAH, ya que en muchos casos se presenta confluencia con otras dificultades como depresión o ansiedad cuyos síntomas en la infancia y la adolescencia se pueden confundir con TDAH. Así, la evaluación y realización de un adecuado diagnóstico diferencial es clave para obtener buenos resultados en el tratamiento si se llegase a necesitar.

Por ello, considero importante aclarar aquellos aspectos que puedan indicar que efectivamente puede haber un perfil de TDAH, para poder desarrollar los recursos personales y cognitivos de la mejor manera sin que se vea afectada la vida cotidiana de quien lo presente, sino al contrario, potencializar su estilo de aprendizaje y relacionarse con el mundo de una manera más eficaz.

¿Qué es el TDAH?

El TDAH corresponde a un desorden específico del desarrollo con una base biológica y conductual que se observa tanto en niños como en adultos y comprende dificultades en los siguientes aspectos:

La Inhibición de la Conducta: controlar impulsos.

La Atención Sostenida: atender a una tarea por un tiempo suficiente para terminarla.

La Resistencia a la Distracción: ignorar estímulos irrelevantes del medio.

La Regulación del Nivel de Actividad: controlar los movimientos y su intensidad.

Se considera que entre los 3 y los 6 años el momento en el desarrollo del niño en el que manifiestan los primeros síntomas del TDAH. A veces puede retrasarse en su aparición aunque no más de los 13 años de edad.

¿Cómo se expresa el TDAH?

Entre los síntomas principales destacan los siguientes: 1. Dificultad en el control de impulsos o en la capacidad para posponer la gratificación:

Les cuesta detenerse y pensar antes de actuar así como esperar su turno en los juegos: interrumpen y responden rápidamente, les cuesta mantener la atención en una sola tarea, prefieren tener una recompensa inmediata y no esperar un poco más por una mayor gratificación.

2. Exceso de actividad irrelevante respecto a la tarea que desempeña o la demanda de la situación: 

Continuo y excesivo movimiento en actividades que no se requiere para terminar la tarea: mover los pies y/o las piernas, mecerse, golpear suavemente alguna cosa, en los niños más pequeños se puede observar que corren o saltan cuando deben por ejemplo realizar un dibujo.

3. Pobre atención sostenida: 

Se observa principalmente ante tareas que les pueden parecer aburridas o tediosas, entonces cambian de una actividad a otra sin terminarla o abandonan la tarea si se les interrumpe inesperadamente.

Otras Señales de Alarma

Junto a los tres síntomas principales relacionados con el TDAH descritos anteriormente, tendremos en cuenta otras señales de alarma:

a) Dificultad para recordar el hacer cosas o memoria de trabajo: las personas con TDAH pueden ser descritas como olvidadizas o que no realizan previsiones.

b) Desarrollo retrasado del lenguaje interno (la voz de la mente): el lenguaje con nosotros mismos nos permite la reflexión y la autorregulación.

c) Dificultades con la regulación de emociones, motivación y excitación: aunque las emociones que experimentan son apropiadas, parecen ser menos capaces de “internalizar” sus sentimientos, de mantenerlos para si mismos, y cuando lo hacen, de moderarlos como otros lo harían. Por ello, parecen ser más reactivos con sus sentimientos, impetuosos, irritables y se pueden frustrar con facilidad. Esta dificultad de motivación intrínseca los hace parecer frecuentemente sin falta de voluntad o autodisciplina.

d) Disminución en la habilidad para solucionar problemas, la flexibilidad y la consecución de metas a largo plazo: perciben los obstáculos más grandes y difíciles de superar y por ello abandonan la meta con facilidad. Pueden parecer menos flexibles para cambiar de estrategia o para desarrollar una tarea; desisten rápidamente al no ver el resultado.

e) Mayor variabilidad de lo normal en la ejecución de tareas: pueden presentar grandes oscilaciones en la calidad, cantidad y rapidez con la que ejecutan una actividad. Un día pueden realizarla con rapidez y calidad y al otro todo lo contrario.

¿Cuáles son las causas del TDAH?

Tras investigaciones empíricas, se puede afirmar, que el TDAH tiene un componente biológico de base.

Se ha comprobado que hay varios genes comprometidos en la transmisión del TDAH, en especial los que están involucrados con los receptores de la Dopamina. El promedio estimado en el que el TDAH se hereda es de aproximadamente un 80%.

En aquellos casos en los que la herencia no parece ser un factor, se han detectado las siguientes posibles causas que pueden contribuir al desarrollo futuro del TDAH:

•   Dificultades diversas durante el embarazo.

•   La exposición prenatal al alcohol o al humo del tabaco.

•   Niveles excesivamente altos de plomo en el cuerpo.

•   Daño postnatal en las regiones prefrontales del cerebro.

También es importante mencionar que el ambiente es un factor que puede desencadenar o exacerbar comportamientos relacionados con el TDAH, o ayudar a modularlos.

Otros factores como la cultura, el estilo de crianza y el modelo pedagógico de la institución educativa donde se encuentren los niños, pueden influir en ver los comportamientos de inquietud o hiperactividad con mayor o menor gravedad.

¿Qué tratamiento tiene el TDAH?

Existen tratamientos que ayudan a controlar los síntomas con un alto grado de efectividad, lo que mejor resultado ha demostrado es una intervención multicomponente que incluye:

Intervención Psicológica: se aplican varias técnicas de modificación de conducta que incluyen: autorregulación emocional, desarrollo de las funciones ejecutivas (planificación, secuenciación, inhibición conductual), desarrollo de la atención selectiva y sostenida a través de estrategias neuropsicológicas, control ambiental, psicoeducación a los padres respecto a pautas de crianza, estrategias psicopedagógicas en el aula escolar.

Tratamiento Farmacológico: por otra parte, el tratamiento farmacológico incide en los factores biológicos de manera directa y es una opción cuando los síntomas tienen tal intensidad que afectan la vida cotidiana de manera significativa y no se pueden contralar solamente con la intervención psicológica. Es importante resaltar que, aunque se aplique un tratamiento farmacológico, es igualmente importante que la persona aprenda estrategias cognitivas y emocionales para autorregularse.

En conclusión, considero que el TDAH es una condición que merece ser atendida para que quienes lo presenten puedan tener una vida en la que puedan desarrollar todos sus recursos emocionales y cognitivos sin se relegados o etiquetados como “niños problema” , el mayor desafío es para el medio familiar, educativo, social donde debemos adaptar las estrategias educativas, de aprendizaje y sociales a las características diversas de las personas.

Ansiedad: ¿Te atreves a sentir?

Los miedos nos acompañan desde que tenemos conciencia de la pérdida, ahí es cuando la trampa de la seguridad surge, y digo “trampa” porque nos deja ante el desafío de tener el control para sentirnos a salvo; de este modo, al no saber lo que debemos controlar, nos enfrentamos ante un enemigo indescifrable.

Entonces, intentamos controlar aquello que es ajeno a nosotros: el entorno, o las reacciones de las personas que nos rodean; también damos saltos en el tiempo intentando cambiar lo que ya pasó o afrontando el futuro que aún no existe, es decir, la misión imposible de “controlar lo incontrolable”.

Como nuestros intentos por esa vía se ven frustrados, quizás si nos mordemos las uñas, o nos arrancamos trocitos de piel o de pelo, o nos damos golpes contra la pared, o si nos aseguramos de que no haya ninguna baldosa rota en la calle para poder salir, o dejamos de comer, o por el contrario comemos compulsivamente, tal vez nos sintamos seguros, finalmente es algo que podemos tocar, controlar y medir, pero el miedo sigue… Así que decidimos quedarnos en una zona alambrada manteniéndonos a salvo de lo que está afuera y caminamos en un espacio tan pequeño, que nuestra visión se acorta, fijando nuestra atención en los invasores externos que puedan perturbar nuestra tan protegida zona de seguridad, quedamos entonces allí, con nuestros pensamientos que no tienen más alimento que la cuidadosa y delimitada zona restringida que hemos construido para sentirnos a salvo.

Me pregunto entonces, ¿a qué le tememos?, ¿qué pasa si me atrevo a pisar la baldosa rota, a tocar el barro, a decir lo que pienso en un grupo? La lógica me dice que la única manera de saberlo es haciéndolo, no importa cuántas teorías con manuales de seguridad haya diseñado en la zona restringida de mi mente… ¿tal vez es miedo a “sentir”?, ¿tal vez porque nos enseñaron que estar bien significa no llorar, ser fuerte, mantener la calma?

Tengo el recuerdo de caerme en la bici a menudo cuando era pequeña y la respuesta casi inmediata era: – ¡ya está, ya está!-, -¡no llores, no es nada, ya pasó!-… ¿qué hay de malo en llorar, en sentir, en enfadarte con la piedra con la que tropezaste?, ¿qué hay de malo vivir una experiencia que no sea grata?, ¿acaso la vida no es una interesante mezcla de mil matices?, es como si quisiéramos mutilar parte de la vida bajo la ilusión de la felicidad.

Entonces, ¿tal vez tenemos miedo a sentir?, ¿“miedo al miedo”?, pareciera que el sentir nos pone en peligro, nos hace vulnerables, mejor entonces me quedo en mi zona segura no sea que sienta y pase algo malo, de alguna manera se ha privilegiado el no sentir para estar a salvo. Pero el sentimiento siempre está, sólo que se transforma en señales cuando no le damos una cabida natural saliendo de nuestra zona de seguridad; por ejemplo, nos cuesta respirar, nos duele el cuerpo, sólo podemos pensar en el peligro del mundo y en el daño que nos pueden hacer, señales que nos pueden bloquear…¿no es mejor entonces darles cabida tal y como son, antes de que nos corten el aliento y nos paralicen?

Lo que olvidaron enseñarnos es que podemos recorrer largas distancias con el miedo, que puedo pedalear con mi bici y la rodilla raspada y así me caiga una  o varias veces, puedo llegar a lugares sorprendentes, o toparme con personas interesantes, porque la herida sana y el siguiente recorrido puede ser más largo, entonces el dolor no sólo compensa sino que tiene sentido. Pareciera que tuviéramos una visión sesgada de nosotros mismos, desde la indefensión.

¿Y si nos atrevemos a salir de allí? A cortar el cerco, a derribar los muros, “a sentir”… si parte de la imagen que tenemos de nosotros mismos viene del reflejo de las experiencias y las personas que nos rodean, si caminamos fuera de nuestra zona de seguridad, tal vez tengamos un concepto distinto de nosotros mismos. Así, tal vez no nos de miedo mirar en nuestro interior y podríamos evidenciar que el espacio que ocupa el miedo puede ser muy pequeño en relación a nuestra fuerza, a nuestras ilusiones, quizá por eso el miedo en un intento de sentirse grande se proyecte en el gris de los cuatro muros en los que nos hemos encerrado bajo la falacia de la seguridad.

¿Qué podemos perder si salimos de la zona restringida? Tal vez, “el miedo al miedo”.

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