Los miedos nos acompañan desde que tenemos conciencia de la pérdida, ahí es cuando la trampa de la seguridad surge, y digo “trampa” porque nos deja ante el desafío de tener el control para sentirnos a salvo; de este modo, al no saber lo que debemos controlar, nos enfrentamos ante un enemigo indescifrable.

Entonces, intentamos controlar aquello que es ajeno a nosotros: el entorno, o las reacciones de las personas que nos rodean; también damos saltos en el tiempo intentando cambiar lo que ya pasó o afrontando el futuro que aún no existe, es decir, la misión imposible de “controlar lo incontrolable”.

Como nuestros intentos por esa vía se ven frustrados, quizás si nos mordemos las uñas, o nos arrancamos trocitos de piel o de pelo, o nos damos golpes contra la pared, o si nos aseguramos de que no haya ninguna baldosa rota en la calle para poder salir, o dejamos de comer, o por el contrario comemos compulsivamente, tal vez nos sintamos seguros, finalmente es algo que podemos tocar, controlar y medir, pero el miedo sigue… Así que decidimos quedarnos en una zona alambrada manteniéndonos a salvo de lo que está afuera y caminamos en un espacio tan pequeño, que nuestra visión se acorta, fijando nuestra atención en los invasores externos que puedan perturbar nuestra tan protegida zona de seguridad, quedamos entonces allí, con nuestros pensamientos que no tienen más alimento que la cuidadosa y delimitada zona restringida que hemos construido para sentirnos a salvo.

Me pregunto entonces, ¿a qué le tememos?, ¿qué pasa si me atrevo a pisar la baldosa rota, a tocar el barro, a decir lo que pienso en un grupo? La lógica me dice que la única manera de saberlo es haciéndolo, no importa cuántas teorías con manuales de seguridad haya diseñado en la zona restringida de mi mente… ¿tal vez es miedo a “sentir”?, ¿tal vez porque nos enseñaron que estar bien significa no llorar, ser fuerte, mantener la calma?

Tengo el recuerdo de caerme en la bici a menudo cuando era pequeña y la respuesta casi inmediata era: – ¡ya está, ya está!-, -¡no llores, no es nada, ya pasó!-… ¿qué hay de malo en llorar, en sentir, en enfadarte con la piedra con la que tropezaste?, ¿qué hay de malo vivir una experiencia que no sea grata?, ¿acaso la vida no es una interesante mezcla de mil matices?, es como si quisiéramos mutilar parte de la vida bajo la ilusión de la felicidad.

Entonces, ¿tal vez tenemos miedo a sentir?, ¿“miedo al miedo”?, pareciera que el sentir nos pone en peligro, nos hace vulnerables, mejor entonces me quedo en mi zona segura no sea que sienta y pase algo malo, de alguna manera se ha privilegiado el no sentir para estar a salvo. Pero el sentimiento siempre está, sólo que se transforma en señales cuando no le damos una cabida natural saliendo de nuestra zona de seguridad; por ejemplo, nos cuesta respirar, nos duele el cuerpo, sólo podemos pensar en el peligro del mundo y en el daño que nos pueden hacer, señales que nos pueden bloquear…¿no es mejor entonces darles cabida tal y como son, antes de que nos corten el aliento y nos paralicen?

Lo que olvidaron enseñarnos es que podemos recorrer largas distancias con el miedo, que puedo pedalear con mi bici y la rodilla raspada y así me caiga una  o varias veces, puedo llegar a lugares sorprendentes, o toparme con personas interesantes, porque la herida sana y el siguiente recorrido puede ser más largo, entonces el dolor no sólo compensa sino que tiene sentido. Pareciera que tuviéramos una visión sesgada de nosotros mismos, desde la indefensión.

¿Y si nos atrevemos a salir de allí? A cortar el cerco, a derribar los muros, “a sentir”… si parte de la imagen que tenemos de nosotros mismos viene del reflejo de las experiencias y las personas que nos rodean, si caminamos fuera de nuestra zona de seguridad, tal vez tengamos un concepto distinto de nosotros mismos. Así, tal vez no nos de miedo mirar en nuestro interior y podríamos evidenciar que el espacio que ocupa el miedo puede ser muy pequeño en relación a nuestra fuerza, a nuestras ilusiones, quizá por eso el miedo en un intento de sentirse grande se proyecte en el gris de los cuatro muros en los que nos hemos encerrado bajo la falacia de la seguridad.

¿Qué podemos perder si salimos de la zona restringida? Tal vez, “el miedo al miedo”.

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